Las personas inmaduras se detectan por su poca resistencia a la frustración. Cuando un niño pierde o se le niega algo responde con una “pataleta” o destrozando algo, Cuando rompe algo, niega su responsabilidad. Las personas adultas, si han madurado, no actúan así.
De hecho, las personas maduramos en la medida en que somos capaces de comprender que el resto del mundo no esta para servirnos u obedecernos. Comprender que además de nuestros intereses están los de los demás. Comprender que esos intereses no tienen que supeditarse a los nuestros. Comprender que no siempre nos podemos salir con la nuestra. Comprender que no nos regalaran casi nada importante y que tendremos que trabajar para conseguirlo. Comprender que nuestra acción nos comporta responsabilidades.
En suma, asumir las responsabilidades, las dificultades, las limitaciones y reaccionar no resignándose frente a la frustración es signo de madurez. Trabajar, dialogar, buscar que la satisfacción de nuestros intereses sea compatible con los intereses de otros, es una manera positiva de afrontar la. .
Esa es la diferencia entre la actitud de las personas bien y mal criadas.
Por eso, se puede afirmar que el Gobierno de Aznar es un gobierno malcriado. Se había acostumbrado a que todo le saliera bien sin esfuerzo. Pero cuando algo no le sale según su voluntad, reacciona como los niños o las personas inmaduras o malcriadas.
Indulta a un juez prevaricador, que participó, en su campaña para controlar los medios de comunicación y cuando los jueces le enmiendan la plana, los acusa de poner en peligro el estado de derecho.
La crisis de las vacas, es una de las “cositas” que no son su culpa, están por toda Europa. Su culpa tal vez no, pero su responsabilidad, sí.
Otro ejemplo lo encontramos en el tema de la congelación del sueldo a los empleados públicos en 1997. Como la Audiencia Nacional le niega esa posibilidad la acusa de atentar contra el Parlamento, intenta enfrentar a los empleados públicos contra el resto de la ciudadanía o cargar la responsabilidad en el gobierno socialista. Todo antes que asumir su equivocación.
En Agosto de 1996, 4 meses después de acceder al gobierno, Aznar firma un decreto rebajando los impuestos a los que más tenían. Un mes después les anuncia a los representantes de la función pública, que no respetara un acuerdo firmado y les congelara el sueldo. No había dinero para ellos, pero sí para los más poderosos. De nuevo, la prepotencia con los débiles y la sumisión a los fuertes, que caracteriza su conducta.
Por más que le hubiera gustado, la llegada al Gobierno de Aznar no fue un cambio de régimen, sino simplemente de gobierno. Los acuerdos de gobiernos anteriores debían respetarse y mantenerse. Así se lo recuerda la Audiencia Nacional.
Los empleados públicos habían firmado con el anterior gobierno un acuerdo para el periodo 95-97, en el que fijaban condiciones de trabajo y salario. En él recuperaban parte de la congelación del 94, realizada en un contexto de perdida de empleo importantísima.
Lo que resulta más significativo de ese planteamiento es el menosprecio a esos acuerdos sindicales frente al extremo respeto que se tiene a las deudas con las constructoras que han efectuado las obras públicas o las entidades bancarias que han cedido dinero al Gobierno. Esas deudas o esos compromisos son incluidos en los presupuestos sin cuestionarlos.
En el caso de que su satisfacción cree problemas al erario público, se negocia con ellos. Se aplica aquella máxima de la negociación por la que: “la modificación de un acuerdo, es cosa de todos los que lo suscribieron, no de una de las partes”. Con los empleados públicos se actúa diferente, sencillamente se incumple el acuerdo y no se negocia.
La sentencia de la Audiencia Nacional contra la congelación de los empleados públicos no es un atentado contre el poder del Parlamento sino contra la falta de respeto a los acuerdos. El Partido Popular, con el apoyo de CiU, los rompieron, ahora deben asumir sus consecuencias, que no es otra que negociar como se paga, no si se paga o no.
Haría bien el gobierno en madurar, asumir un poco más de resistencia a sus frustraciones y dejar de culpar al resto de los problemas que tiene encima de la mesa y emplearse a fondo en resolverlos.
De hecho, las personas maduramos en la medida en que somos capaces de comprender que el resto del mundo no esta para servirnos u obedecernos. Comprender que además de nuestros intereses están los de los demás. Comprender que esos intereses no tienen que supeditarse a los nuestros. Comprender que no siempre nos podemos salir con la nuestra. Comprender que no nos regalaran casi nada importante y que tendremos que trabajar para conseguirlo. Comprender que nuestra acción nos comporta responsabilidades.
En suma, asumir las responsabilidades, las dificultades, las limitaciones y reaccionar no resignándose frente a la frustración es signo de madurez. Trabajar, dialogar, buscar que la satisfacción de nuestros intereses sea compatible con los intereses de otros, es una manera positiva de afrontar la. .
Esa es la diferencia entre la actitud de las personas bien y mal criadas.
Por eso, se puede afirmar que el Gobierno de Aznar es un gobierno malcriado. Se había acostumbrado a que todo le saliera bien sin esfuerzo. Pero cuando algo no le sale según su voluntad, reacciona como los niños o las personas inmaduras o malcriadas.
Indulta a un juez prevaricador, que participó, en su campaña para controlar los medios de comunicación y cuando los jueces le enmiendan la plana, los acusa de poner en peligro el estado de derecho.
La crisis de las vacas, es una de las “cositas” que no son su culpa, están por toda Europa. Su culpa tal vez no, pero su responsabilidad, sí.
Otro ejemplo lo encontramos en el tema de la congelación del sueldo a los empleados públicos en 1997. Como la Audiencia Nacional le niega esa posibilidad la acusa de atentar contra el Parlamento, intenta enfrentar a los empleados públicos contra el resto de la ciudadanía o cargar la responsabilidad en el gobierno socialista. Todo antes que asumir su equivocación.
En Agosto de 1996, 4 meses después de acceder al gobierno, Aznar firma un decreto rebajando los impuestos a los que más tenían. Un mes después les anuncia a los representantes de la función pública, que no respetara un acuerdo firmado y les congelara el sueldo. No había dinero para ellos, pero sí para los más poderosos. De nuevo, la prepotencia con los débiles y la sumisión a los fuertes, que caracteriza su conducta.
Por más que le hubiera gustado, la llegada al Gobierno de Aznar no fue un cambio de régimen, sino simplemente de gobierno. Los acuerdos de gobiernos anteriores debían respetarse y mantenerse. Así se lo recuerda la Audiencia Nacional.
Los empleados públicos habían firmado con el anterior gobierno un acuerdo para el periodo 95-97, en el que fijaban condiciones de trabajo y salario. En él recuperaban parte de la congelación del 94, realizada en un contexto de perdida de empleo importantísima.
Lo que resulta más significativo de ese planteamiento es el menosprecio a esos acuerdos sindicales frente al extremo respeto que se tiene a las deudas con las constructoras que han efectuado las obras públicas o las entidades bancarias que han cedido dinero al Gobierno. Esas deudas o esos compromisos son incluidos en los presupuestos sin cuestionarlos.
En el caso de que su satisfacción cree problemas al erario público, se negocia con ellos. Se aplica aquella máxima de la negociación por la que: “la modificación de un acuerdo, es cosa de todos los que lo suscribieron, no de una de las partes”. Con los empleados públicos se actúa diferente, sencillamente se incumple el acuerdo y no se negocia.
La sentencia de la Audiencia Nacional contra la congelación de los empleados públicos no es un atentado contre el poder del Parlamento sino contra la falta de respeto a los acuerdos. El Partido Popular, con el apoyo de CiU, los rompieron, ahora deben asumir sus consecuencias, que no es otra que negociar como se paga, no si se paga o no.
Haría bien el gobierno en madurar, asumir un poco más de resistencia a sus frustraciones y dejar de culpar al resto de los problemas que tiene encima de la mesa y emplearse a fondo en resolverlos.
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