A la palabra violencia últimamente se le añaden muchos adjetivos para calificarla.
Violencia doméstica, violencia terrorista, violencia xenófoba o racista, violencia psicológica, pero recientemente se la ha referido como violencia gratuita, para describir la muerte de un joven a manos de otros, o para ser más preciso a patadas por otros.
Calificar ese brutal acto como violencia gratuita, es decir, con la que no se gana nada; como sinónimo de injustificada, en un mundo en que todo se justifica en función de ganar algo, podría dar a entender que las otras expresiones de la violencia si tiene alguna justificación. Dudo mucho que compartan esa idea las mujeres que son víctimas de la violencia de sus maridos o compañeros, o las personas que han sido agredidas o muertas en un robo, por razón de su raza, origen u orientación sexual.
La violencia nunca es gratuita, por eso creo que es equivocado ese calificativo. La violencia es la expresión de un intento de sometimiento de una persona sobre otra, de una persona sobre un conjunto de personas o al revés de un conjunto de personas sobre una sola, para imponer una opción. Dicen que la violencia engendra violencia, y es verdad, porque algunas veces la persona o personas que intentan ser sometidas o dominadas no tienen más remedio que responder con violencia.
No obstante, esa muerte nos ha sobrecogido mas, si cabe. No solo porque nos resulte incomprensibles las razones que impulsaron a esos jóvenes a un comportamiento tan absurdo y violento, sino porque, como un espejo, nos refleja una parte deforme de nuestra sociedad que no quisiéramos conocer, ni reconocer como propia. Nadie queremos reconocernos en esa imagen
¿Cómo es posible tanta crueldad en unos jóvenes? ¿Qué sociedad estamos construyendo que puede dar esos monstruosos resultados? ¿Qué les impulsa a esas acciones? Estas son algunas de las preguntas que todos nos hacemos, pero las respuestas son variadas. Unos responsabilizan de estos hechos a la crisis de valores en la que esta sumergida la sociedad actual y más concretamente la familia (autoridad, disciplina, esfuerzo), otros que son los propios valores de esta sociedad los causantes de esta sinrazón (éxito, individualismo, posesión), otros responsabilizan al sistema educativo y otros a los medios de comunicación de masas.
Estas contradicciones son posiblemente el reflejo de una sociedad que esta cambiando las formas sociales y valores, en la que se rechaza la violencia pero se practica y en la que ante las dudas, que todo cambio genera, se recurre al conservadurismo de lo conocido, aunque esos viejos valores ya no sirvan
No se trata de diluir la responsabilidad de nadie y menos de los autores materiales, sino más bien todo lo contrario, se trata de incluir la de todos aquellos que no hacen, o hacemos, lo necesario para eliminar la violencia.
Con la acción policial y judicial, con el control de los grupos, instalaciones, zonas y situaciones de riesgo, se deben abordar las fases agudas de los estallidos de la violencia del tipo que sea. Esas actuaciones son imprescindibles, pero hemos de ser conscientes que con ellas no abordamos las causas de la violencia solo las consecuencias.
La resolución de los conflictos de intereses recurriendo a la violencia, a la imposición de uno o unos sobre otro u otros ha sido una constante en la historia de la humanidad hasta nuestros días; demasiadas guerras y conflictos son la prueba de ello. Pero no solo en la historia sino que esa actitud esta presente en muchos de nuestros comportamientos cotidianos.
O somos capaces de asumir que de forma habitual, en nuestras relaciones familiares, convivenciales, laborales, económicas, sociales, religiosas y culturales, también esta presente el recurso a la fuerza y la violencia o no estaremos en condiciones de abordar la raíz del tema.
Los conflictos personales, de convivencia, de opinión, de intereses individuales y colectivos existen y solo cuando los resolvemos conseguimos avanzar o progresar. Esto es así para las personas, las familias o los pueblos, lo que no tiene que ser siempre así es que esos conflictos se deban saldar con la derrota de una parte y la victoria de la otra. Ser capaces de buscar una solución que permita ganar a las dos partes, es más complicado pero más estable y si se me permite más rentable,
Requiere cambiar la imposición por el consenso, el autoritarismo por la autoridad, la jerarquía por el liderazgo, el egoísmo por la cooperación, el individualismo por la solidaridad. Requiere incorporar actitudes democráticas también a la vida cotidiana y familiar, asumir el protagonismo y el riesgo de los cambios. Ese es el único, difícil y lento camino de la superación de la violencia y la apuesta por la convivencia.
Calificar ese brutal acto como violencia gratuita, es decir, con la que no se gana nada; como sinónimo de injustificada, en un mundo en que todo se justifica en función de ganar algo, podría dar a entender que las otras expresiones de la violencia si tiene alguna justificación. Dudo mucho que compartan esa idea las mujeres que son víctimas de la violencia de sus maridos o compañeros, o las personas que han sido agredidas o muertas en un robo, por razón de su raza, origen u orientación sexual.
La violencia nunca es gratuita, por eso creo que es equivocado ese calificativo. La violencia es la expresión de un intento de sometimiento de una persona sobre otra, de una persona sobre un conjunto de personas o al revés de un conjunto de personas sobre una sola, para imponer una opción. Dicen que la violencia engendra violencia, y es verdad, porque algunas veces la persona o personas que intentan ser sometidas o dominadas no tienen más remedio que responder con violencia.
No obstante, esa muerte nos ha sobrecogido mas, si cabe. No solo porque nos resulte incomprensibles las razones que impulsaron a esos jóvenes a un comportamiento tan absurdo y violento, sino porque, como un espejo, nos refleja una parte deforme de nuestra sociedad que no quisiéramos conocer, ni reconocer como propia. Nadie queremos reconocernos en esa imagen
¿Cómo es posible tanta crueldad en unos jóvenes? ¿Qué sociedad estamos construyendo que puede dar esos monstruosos resultados? ¿Qué les impulsa a esas acciones? Estas son algunas de las preguntas que todos nos hacemos, pero las respuestas son variadas. Unos responsabilizan de estos hechos a la crisis de valores en la que esta sumergida la sociedad actual y más concretamente la familia (autoridad, disciplina, esfuerzo), otros que son los propios valores de esta sociedad los causantes de esta sinrazón (éxito, individualismo, posesión), otros responsabilizan al sistema educativo y otros a los medios de comunicación de masas.
Estas contradicciones son posiblemente el reflejo de una sociedad que esta cambiando las formas sociales y valores, en la que se rechaza la violencia pero se practica y en la que ante las dudas, que todo cambio genera, se recurre al conservadurismo de lo conocido, aunque esos viejos valores ya no sirvan
No se trata de diluir la responsabilidad de nadie y menos de los autores materiales, sino más bien todo lo contrario, se trata de incluir la de todos aquellos que no hacen, o hacemos, lo necesario para eliminar la violencia.
Con la acción policial y judicial, con el control de los grupos, instalaciones, zonas y situaciones de riesgo, se deben abordar las fases agudas de los estallidos de la violencia del tipo que sea. Esas actuaciones son imprescindibles, pero hemos de ser conscientes que con ellas no abordamos las causas de la violencia solo las consecuencias.
La resolución de los conflictos de intereses recurriendo a la violencia, a la imposición de uno o unos sobre otro u otros ha sido una constante en la historia de la humanidad hasta nuestros días; demasiadas guerras y conflictos son la prueba de ello. Pero no solo en la historia sino que esa actitud esta presente en muchos de nuestros comportamientos cotidianos.
O somos capaces de asumir que de forma habitual, en nuestras relaciones familiares, convivenciales, laborales, económicas, sociales, religiosas y culturales, también esta presente el recurso a la fuerza y la violencia o no estaremos en condiciones de abordar la raíz del tema.
Los conflictos personales, de convivencia, de opinión, de intereses individuales y colectivos existen y solo cuando los resolvemos conseguimos avanzar o progresar. Esto es así para las personas, las familias o los pueblos, lo que no tiene que ser siempre así es que esos conflictos se deban saldar con la derrota de una parte y la victoria de la otra. Ser capaces de buscar una solución que permita ganar a las dos partes, es más complicado pero más estable y si se me permite más rentable,
Requiere cambiar la imposición por el consenso, el autoritarismo por la autoridad, la jerarquía por el liderazgo, el egoísmo por la cooperación, el individualismo por la solidaridad. Requiere incorporar actitudes democráticas también a la vida cotidiana y familiar, asumir el protagonismo y el riesgo de los cambios. Ese es el único, difícil y lento camino de la superación de la violencia y la apuesta por la convivencia.
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