“La solidaridad es un egoísmo inteligente”. Con esta frase José Valentín Antón, que fue secretario general de la UGT de Catalunya, buscaba provocar la reflexión en aquellas personas para las que su interés particular, directo e inmediato era lo único importante. Buscaba que practicaran la solidaridad hasta quienes la menospreciaban. Intentaba que, como mínimo, la vieran como algo que les era útil.
Una huelga de hambre es una de las formas más silenciosas de gritar muy fuerte. Estos días mas de 400 inmigrantes la están llevando a cabo encerrados en iglesias de Barcelona.
¿Que les ha empujado a esa posición tan grave? Sencillamente, la desesperación. Las han arrinconado y les han cerrado todas las salidas.
Barcelona es la segunda provincia con más denegaciones de regularización. A casi 37.000 personas, que están aquí desde hace tiempo, se les han negado los “papeles” y con ellos el derecho a ganarse la vida legalmente, se las envía a la clandestinidad y se las amenaza con la expulsión.
Están aquí para trabajar y cuando tienen oportunidad lo hacen con ahínco. Huyen de la miseria de sus países de origen. Buscan poder progresar sobre la base de su esfuerzo. Ese es el verdadero e irresistible “efecto llamada” de nuestro país y del “efecto expulsión” del suyo, no las leyes de extranjería.
Para llegar hasta aquí han quemado sus naves. Han vendido lo poco que tenían, se han embargado ellos y a su familia por muchos años, se han jugado la vida en pateras o la cárcel, han vivido o malvivido de trabajos duros, no declarados y en muchos casos mal pagados y ahora el gobierno del PP, que no les dan los “papeles”, les dice que en 48 horas pueden ser repatriarlos.
Mayor Oreja no dedicara la policía a la caza del inmigrante para expulsarlos, porque no puede. No puede aplicar la ley de extranjería, que ha aprobado el PP, con el soporte de CiU y Coalición Canaria, porque ni tiene resuelto el problema jurídico internacional de la repatriación ni los suficientes recursos policiales y, en especial, porque los necesitamos.
Necesitamos la inmigración. ¿Quién recoge mayoritariamente las ensaladas y alcachofas del parque agrario de Baix Llobregat? ¿Quién sube las botellas de butano a las casas de muchas personas mayores que viven en pisos sin ascensor?.
Pero, necesitamos la inmigración con “papeles”, regularizada. Para que no sea explotada por las mafias de allí, pero tampoco por las aquí, para no hacerlos dependientes de la caridad o de los servicios sociales de los ayuntamientos o para que acaben como usuarios de los servicios penitenciarios o policiales.
Necesitamos la inmigración con “papeles”, regularizada. Para que trabaje de forma legal, con los mismos derechos y obligaciones que los demás, para que cobre y cotice, pero sobre todo para que desarrollen su proyecto autónomo y personal, compatible con la sociedad en la que ha recalado.
No se trata mantener una ciudadanía de tercera, ni una mendicidad de primera. Se trata de integrarlos como ciudadanos normales. Hay que darles “papeles” a los que ya está aquí y evitar situaciones como esta en el futuro.
Eso no se será posible si paralelamente no resolvemos otros problemas que la inmigración no ha creado, pero que agrava. No tenemos mucha inmigración - no llegamos al 4% - pero hay ciudades y barrios, que tiene porcentajes muy altos. Ahí es donde han aparecido problemas de convivencia.
Cuando se pretende hacer recaer la solidaridad sobre la parte de la sociedad que esta necesitada de ella, no es de extrañar que surjan conflictos. Cuando la inmigración se concentra en barrios degradados en los que no se ha invertido en rehabilitación, o en centros escolares donde se escatiman los recursos para hacer posible la educación de la diversidad, se le niega el acceso legal al trabajo porque se pretende negar que ya están aquí o se le niegan a los ayuntamientos las herramientas para hacer frente al problema, se están poniendo las bases del conflicto social. Si a ello, le sumamos el interés de ganar votos, de hacer política con la inmigración, como hace el Partido Popular estamos incubando el huevo de la serpiente.
¡Seamos inteligentes invirtamos en solidaridad!, Aunque, para algunos, sea solo por el egoísmo de evitarse problemas.
Una huelga de hambre es una de las formas más silenciosas de gritar muy fuerte. Estos días mas de 400 inmigrantes la están llevando a cabo encerrados en iglesias de Barcelona.
¿Que les ha empujado a esa posición tan grave? Sencillamente, la desesperación. Las han arrinconado y les han cerrado todas las salidas.
Barcelona es la segunda provincia con más denegaciones de regularización. A casi 37.000 personas, que están aquí desde hace tiempo, se les han negado los “papeles” y con ellos el derecho a ganarse la vida legalmente, se las envía a la clandestinidad y se las amenaza con la expulsión.
Están aquí para trabajar y cuando tienen oportunidad lo hacen con ahínco. Huyen de la miseria de sus países de origen. Buscan poder progresar sobre la base de su esfuerzo. Ese es el verdadero e irresistible “efecto llamada” de nuestro país y del “efecto expulsión” del suyo, no las leyes de extranjería.
Para llegar hasta aquí han quemado sus naves. Han vendido lo poco que tenían, se han embargado ellos y a su familia por muchos años, se han jugado la vida en pateras o la cárcel, han vivido o malvivido de trabajos duros, no declarados y en muchos casos mal pagados y ahora el gobierno del PP, que no les dan los “papeles”, les dice que en 48 horas pueden ser repatriarlos.
Mayor Oreja no dedicara la policía a la caza del inmigrante para expulsarlos, porque no puede. No puede aplicar la ley de extranjería, que ha aprobado el PP, con el soporte de CiU y Coalición Canaria, porque ni tiene resuelto el problema jurídico internacional de la repatriación ni los suficientes recursos policiales y, en especial, porque los necesitamos.
Necesitamos la inmigración. ¿Quién recoge mayoritariamente las ensaladas y alcachofas del parque agrario de Baix Llobregat? ¿Quién sube las botellas de butano a las casas de muchas personas mayores que viven en pisos sin ascensor?.
Pero, necesitamos la inmigración con “papeles”, regularizada. Para que no sea explotada por las mafias de allí, pero tampoco por las aquí, para no hacerlos dependientes de la caridad o de los servicios sociales de los ayuntamientos o para que acaben como usuarios de los servicios penitenciarios o policiales.
Necesitamos la inmigración con “papeles”, regularizada. Para que trabaje de forma legal, con los mismos derechos y obligaciones que los demás, para que cobre y cotice, pero sobre todo para que desarrollen su proyecto autónomo y personal, compatible con la sociedad en la que ha recalado.
No se trata mantener una ciudadanía de tercera, ni una mendicidad de primera. Se trata de integrarlos como ciudadanos normales. Hay que darles “papeles” a los que ya está aquí y evitar situaciones como esta en el futuro.
Eso no se será posible si paralelamente no resolvemos otros problemas que la inmigración no ha creado, pero que agrava. No tenemos mucha inmigración - no llegamos al 4% - pero hay ciudades y barrios, que tiene porcentajes muy altos. Ahí es donde han aparecido problemas de convivencia.
Cuando se pretende hacer recaer la solidaridad sobre la parte de la sociedad que esta necesitada de ella, no es de extrañar que surjan conflictos. Cuando la inmigración se concentra en barrios degradados en los que no se ha invertido en rehabilitación, o en centros escolares donde se escatiman los recursos para hacer posible la educación de la diversidad, se le niega el acceso legal al trabajo porque se pretende negar que ya están aquí o se le niegan a los ayuntamientos las herramientas para hacer frente al problema, se están poniendo las bases del conflicto social. Si a ello, le sumamos el interés de ganar votos, de hacer política con la inmigración, como hace el Partido Popular estamos incubando el huevo de la serpiente.
¡Seamos inteligentes invirtamos en solidaridad!, Aunque, para algunos, sea solo por el egoísmo de evitarse problemas.
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