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diumenge, 25 de febrer del 2001

Azuzar la intolerancia

¡Señora Marta Ferrusola, tiene todo el derecho a decir lo que ha dicho!. Y yo ha decirle que no estoy en absoluto de acuerdo con usted, ni con la forma ni con el fondo de lo que ha dicho.
Primero, porque los inmigrantes no han sido nunca un peligro para la cultura o el idioma de esta tierra. Ni cuando procedían de otras zonas de España, ni ahora. Solo desde una concepción obsesiva, estrecha y cerrada de Catalunya, desde el objetivo de pretender la asimilación, que no la integración, de los inmigrantes se ve como una amenaza que no pidan ayuda, o de comer, en catalán o que estén más preocupados por su subsistencia que por conocer donde están.
Segundo, porque no es cierto que su marido, el President Pujol, “está cansado de entregarles viviendas a magrebies o gente así”. Ni 400 viviendas de régimen especial se acaban cada año y además no son para inmigrantes, sino que se venden a las personas con menos ingresos. Entiendo que reconozca que el President Pujol este cansado, pero debe ser de otra cosa, no de eso.
Tercero, por identificar la religión católica con la de los catalanes y catalanas. Aquí, por si no lo sabe, existe una pluralidad de creencias religiosas, católicas o no, y sobre todo una tolerancia hacia el culto y las practicas de los demás. No quiera romperlas apelando a que las creencias religiosas de algunos de los inmigrantes, los musulmanes para ser exactos, son un peligro para la convivencia. La convivencia se resiente por la intolerancia. La de los ateos, agnósticos, católicos, musulmanes, budistas, o cualquier otro y no es imitando su intolerancia como se avanza.
Cuarto, por denigrar su solicitud de que les respetemos formas culturales que no atentan contra derechos fundamentales de las personas. ¿Quién se escandalizaría si un católico practicante dijera que no puede aceptar carne un viernes de cuaresma? Entonces, ¿porqué recriminarles que no acepten la carne de cerdo o cordero matado de una determinada manera?
Señora Ferrusola, quizás como dicen su marido, el President Pujol, y el sustituto que se ha designado, el Sr, Mas Gabarro, usted ha expresado lo que piensa que otras personas piensan.
Usted tiene derecho a decirlo, aunque sea un error, porque usted no es responsable, políticamente hablando. Ellos no. Ellos son personas que tienen obligaciones y responsabilidades públicas y políticas.
“La política no es el arte de decir en voz alta lo que ellos piensan que la gente piensa” ha dicho Pascual Maragall. Que las personas tengamos temores, intranquilidades o incluso odios, no significa que esos sentimientos sean convenientes, correctos o legales.
Si piensan que mucha gente piensa eso, lo que deberían hacer es proponer soluciones y no alimentar la desinformación, eludir la responsabilidad y azuzar la intolerancia. A usted, Señora Marta Ferrusola, no le es exigible - si es deseable - pero a ellos sí. Resulta alarmante que nuestros máximos representantes sean tan comprensivos con discursos como el suyo y que todavía es la hora que nos digan si, además de entenderlo, lo comparten.
La inmigración no crea los problemas, pero puede acrecentarlos. Los barrios no se degradan por los inmigrantes, sino que se concentran en los barrios que ya estaban deteriorados. La inmigración no crea los problemas de la escuela, pero los agrava. La inmigración no crea los problemas de la explotación en el trabajo, sino que resulta más fácil, si se les niegan sus derechos.
Tenemos pocos inmigrantes, pero mal repartidos. Hay barrios o pueblos concretos con concentraciones excesivas. Abordar los problemas de vivienda, escuela y trabajo de todos los que viven ahí, autóctonos o inmigrantes, es trabajar para la solución.
Azuzar la intolerancia, dar satisfacción a los instintos más primarios (el miedo, la desconfianza, el odio) no es como se deben abordar esos problemas. Esa actitud puede dar votos, pero es tan irresponsable como echar gasolina al fuego.
Article publicat a la revista AQUI

dissabte, 10 de febrer del 2001

Poca resistencia a la fustración

Las personas inmaduras se detectan por su poca resistencia a la frustración. Cuando un niño pierde o se le niega algo responde con una “pataleta” o destrozando algo, Cuando rompe algo, niega su responsabilidad. Las personas adultas, si han madurado, no actúan así.
De hecho, las personas maduramos en la medida en que somos capaces de comprender que el resto del mundo no esta para servirnos u obedecernos. Comprender que además de nuestros intereses están los de los demás. Comprender que esos intereses no tienen que supeditarse a los nuestros. Comprender que no siempre nos podemos salir con la nuestra. Comprender que no nos regalaran casi nada importante y que tendremos que trabajar para conseguirlo. Comprender que nuestra acción nos comporta responsabilidades.
En suma, asumir las responsabilidades, las dificultades, las limitaciones y reaccionar no resignándose frente a la frustración es signo de madurez. Trabajar, dialogar, buscar que la satisfacción de nuestros intereses sea compatible con los intereses de otros, es una manera positiva de afrontar la. .
Esa es la diferencia entre la actitud de las personas bien y mal criadas.
Por eso, se puede afirmar que el Gobierno de Aznar es un gobierno malcriado. Se había acostumbrado a que todo le saliera bien sin esfuerzo. Pero cuando algo no le sale según su voluntad, reacciona como los niños o las personas inmaduras o malcriadas.
Indulta a un juez prevaricador, que participó, en su campaña para controlar los medios de comunicación y cuando los jueces le enmiendan la plana, los acusa de poner en peligro el estado de derecho.
La crisis de las vacas, es una de las “cositas” que no son su culpa, están por toda Europa. Su culpa tal vez no, pero su responsabilidad, sí.
Otro ejemplo lo encontramos en el tema de la congelación del sueldo a los empleados públicos en 1997. Como la Audiencia Nacional le niega esa posibilidad la acusa de atentar contra el Parlamento, intenta enfrentar a los empleados públicos contra el resto de la ciudadanía o cargar la responsabilidad en el gobierno socialista. Todo antes que asumir su equivocación.
En Agosto de 1996, 4 meses después de acceder al gobierno, Aznar firma un decreto rebajando los impuestos a los que más tenían. Un mes después les anuncia a los representantes de la función pública, que no respetara un acuerdo firmado y les congelara el sueldo. No había dinero para ellos, pero sí para los más poderosos. De nuevo, la prepotencia con los débiles y la sumisión a los fuertes, que caracteriza su conducta.
Por más que le hubiera gustado, la llegada al Gobierno de Aznar no fue un cambio de régimen, sino simplemente de gobierno. Los acuerdos de gobiernos anteriores debían respetarse y mantenerse. Así se lo recuerda la Audiencia Nacional.
Los empleados públicos habían firmado con el anterior gobierno un acuerdo para el periodo 95-97, en el que fijaban condiciones de trabajo y salario. En él recuperaban parte de la congelación del 94, realizada en un contexto de perdida de empleo importantísima.
Lo que resulta más significativo de ese planteamiento es el menosprecio a esos acuerdos sindicales frente al extremo respeto que se tiene a las deudas con las constructoras que han efectuado las obras públicas o las entidades bancarias que han cedido dinero al Gobierno. Esas deudas o esos compromisos son incluidos en los presupuestos sin cuestionarlos.
En el caso de que su satisfacción cree problemas al erario público, se negocia con ellos. Se aplica aquella máxima de la negociación por la que: “la modificación de un acuerdo, es cosa de todos los que lo suscribieron, no de una de las partes”. Con los empleados públicos se actúa diferente, sencillamente se incumple el acuerdo y no se negocia.
La sentencia de la Audiencia Nacional contra la congelación de los empleados públicos no es un atentado contre el poder del Parlamento sino contra la falta de respeto a los acuerdos. El Partido Popular, con el apoyo de CiU, los rompieron, ahora deben asumir sus consecuencias, que no es otra que negociar como se paga, no si se paga o no.
Haría bien el gobierno en madurar, asumir un poco más de resistencia a sus frustraciones y dejar de culpar al resto de los problemas que tiene encima de la mesa y emplearse a fondo en resolverlos.
Article publicat a la revista AQUI